Había una vez, una madre cuyo hijo hacía todo tipo de
cosas prohibidas (beber alcohol, apostar, etc.). La señora era discípulo
de Hassan al-Basra (qas), y era piadosa y buena. Todos los días, ella
iba a donde el Shaykh para pedirle que rezara por su hijo. Todos los
días, el Shaykh le decía "Insha'Allah", pero el muchacho permanecía
igual.
Un día el muchacho salió de la casa y no regresó hasta la mañana siguiente.
La
madre volvió a donde el Shaykh. Esta vez él le dijo que regresara a su
casa, hiciera la ablución y rezara. Al final, ella debía hacer la
súplica por sí misma, porque la súplica de una madre siempre es
aceptada.
Ella
rezó toda la noche, mientras su hijo estaba afuera bebiendo con sus
amigos. De repente, mientras él bebía en exceso, escuchó una voz que
salía de su copa. La voz dijo: "No esperes la Misericordia de Allah". Él
tiró la copa al suelo, e inmediatamente se arrepintió de corazón. Sus
amigos se burlaron de él, diciéndole que él era tal como su madre, pero a
él no le importó.
Cayó
la mañana y el muchacho llegó a su casa arrepentido. Él encontró a su
madre suplicando por él. Las lágrimas de la mujer empapaban la alfombra
de oración. Él abrazó a la madre, le dijo que estaba arrepentido y que
jamás volvería a tocar las bebidas alcohólicas. Ella abrazó a su hijo y
él cayó sin fuerzas ni conciencia en sus brazos. Ella pensó que talvez
se había desmayado y arrojó agua fría sobre su cara. Sin embargo, su
amado hijo seguía tendido como un muerto.
Ella
acudió al Shaykh y le contó lo sucedido. El Shaykh le instruyó que
subiera el cuerpo de su hijo en un burro y que lo llevara a la Ka'aba,
en Meca. Allí, ella debía hacer tawwaf 7 veces. Si él
despertaba, debían regresar a casa. Pero si no, ella debía seguir el
camino hasta las montañas Libanesas. El viaje a Meca le tomó más de un
mes, pero ella lo completó e hizo el tawwaf. Nada aconteció. Su hijo seguía como si estuviera muerto.
Entonces
ella lo volvió a subir al burro y partió hasta las montañas Libanesas.
Este viaje le tomó muchos, muchos meses. Finalmente, ella llegó a un
jardín en el que vio a 7 hombres parados en fila, listos para hacer la
oración funeraria. Cuando ellos la vieron, le explicaron que su Shaykh
había muerto. Justo antes de morir, él les dijo que esperaran hasta que
su nuevo Shaykh apareciera y condujera su oración funeraria.
La
señora miró a su hijo y vio que se esforzaba para desmontarse del
burro. "Oh madre mía", dijo él, "¿Tengo alguna ropa limpia?". Él tomó
la ropa limpia, hizo la ablución en un arroyo cercano y luego condujo a
los santos en la oración funeraria.
"Oh madre", dijo el muchacho, "Tú suplicaste por mí, y ahora debemos separarnos hasta el fin del tiempo".
Entonces él partió con los santos. Subieron la colina hasta que se perdieron de vista.
Este
es el poder de la súplica de una madre. Allah hizo que el muchacho
cayera inconciente a modo de seclusión, para purificar al muchacho para
su nuevo trabajo.
La
súplica de una madre es tan aceptada como la de los Profetas. A veces,
las madres se angustian y enojan, y piden algún castigo para sus hijos.
Pero el amor de una madre es como un muro protector para su hijo. Ningún
daño puede atravesarlo.
Una
vez, los Sahaba (ra) le preguntaron al Profeta (saws): "¿Qué hacemos si
no tenemos una madre que suplique por nosotros?". Él respondió:
"Entonces hagan amables favores por la gente que su madre amaba. Su
madre estará complacida y suplicará por ustedes en la Eternidad".
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