miércoles, 22 de agosto de 2012


Abraham (as) amaba los invitados. Si no tenía invitados, él ayunaba. Si aun no recibía invitados, rompía el ayuno sólo con agua y así sucesivamente.

Una vez, él ayunó tres días consecutivos y le asaltó el corazón la pregunta: "¿En el mundo hay alguien como yo?".

Allah inspiró a Abraham (as) y le dijo que viajara para que observara a la gente y aprendiera. Entonces él viajó y se detuvo en un lugar plantado de árboles huecos. Miró dentro de uno de ellos y halló a un hombre. Le dijo: "As salamu alaykum. Yo seré tu invitado". El hombre respondió: "Bienvenido seas, invitado de Allah".

Abraham (as) miró a su alrededor y no vio ollas, ni comida, ni guiso. Entonces se preguntó cómo romperían el ayuno. Afuera, vio una cacerola con dos granadas.

El hombre rompió el ayuno con semillas de granada, dando gracias a Allah por enviarle un invitado. Luego, Abraham (as) le preguntó al hombre con qué frecuencia rompía su ayuno. Él le contestó que sólo lo rompía cuando venía un invitado, y que la última vez había sido un mes antes.

Abraham (as) quedó atónito, ya que él lo rompía cada tres días. Luego Abraham (as) le preguntó qué hacía si no llegaba ningún invitado. El hombre le contestó que en ese caso, ayunaba otro mes. Esta vez Abraham (as) expresó su asombro y el hombre le dijo que eso no era nada, que había un santo más elevado a una distancia de un día de viaje.

Abraham (as) siguió sus direcciones y encontró a un hombre sentado en una cueva. Él le dio sus saludos y le pidió ser su invitado. "Bienvenido seas, invitado de Allah", dijo el hombre, y permaneció sentado en el mismo lugar, sin hacer nada.

Cuando el Sol se puso, ellos se pararon y oraron juntos, pero aun no había signo de comida ni de cocinar. En ese instante, pasó un venado. El hombre señaló al venado para que se acercara y cuando llegó, ya estaba cocinado y servido.

El hombre le dio las gracias a Allah por enviarle un invitado. Abraham (as) le preguntó qué tan seguido rompía su ayuno. "Una vez cada dos meses", el hombre contestó; "Y si no llega ningún invitado, ayuno dos meses más".

Abraham (as) quedó estupefacto. "¿Hay alguien más como tú en este lugar?", preguntó. "Sí lo hay", dijo el hombre; "En las montañas libanesas".

Abraham (as) fue a las montañas y encontró a un hombre muy bien vestido, con un turbante muy hermoso. Abraham (as) le dijo: "Me gustaría ser tu invitado". A lo que el hombre respondió: "Bienvenido, invitado de Allah", y llevó a Abraham (as) a una cueva muy bien decorada, cómoda y lujosa. A Abraham (as) le gustó mucho la cueva y su ornamentación.

Ellos rezaron juntos la oración del atardecer y luego el hombre le pidió a Allah que les enviara alimento para romper el ayuno. El techo de la cueva se abrió y cayó una mesa con todo tipo de comida. Después de comer, el hombre le agradeció a Allah por enviarle un invitado. La mesa subió y el techo se cerró.

"¿Cada cuánto rompes tu ayuno?", preguntó Abraham (as). "Cada tres meses", dijo su anfitrión. "Y si no llegan invitados, ayuno tres meses más".

Entonces, Abraham le preguntó si la cueva era su casa. "Oh, no", dijo el hombre. "Esto es una mezquita. Tengo otra casa". Abraham preguntó si podría verla. El hombre le dijo que fuera a la cueva de al lado y agregó: "Si regresas, te llevaré a mi casa".

Abraham (as) fue a la siguiente cueva. Dentro de la misma, había un gran león cuyo rugido hacía temblar la montaña. Abraham le dijo a león: "Estate quieto. Es Abraham quien está frente a ti", y el león se pacificó.

Luego Abraham (as) regresó a donde el hombre, quien le dijo que cerrara los ojos y se trepara en su espalda. Ellos volaron por el aire hasta llegar a una isla en el medio del océano. Ahí, en la costa, había una larga alfombra de oración. Algunas piedras marcaban la dirección de la oración, una jarra rota contenía algo de agua para la ablución y además, había una lamparita de aceite.

A Abraham (as) le sorprendió lo lujosa que era la mezquita frente a la sencilla y escueta casa del santo.

Abraham (as) le pidió al hombre que suplicara por él. Pero el hombre respondió tristemente que sus súplicas nunca eran aceptadas. Abraham (as) le preguntó cómo era eso posible. El hombre le respondió que durante cuarenta años él había estado suplicando algo que nunca le había sido concedido. Abraham (as) le pregunto qué era eso que él pedía. "Una vez, hace cuarenta años, en uno de mis viajes vi a un bello niño de cabello largo, llorando en la orilla del mar. Él decía: `Oh, quiero ver a mi padre Abraham'". Ese bello chico era Ismael (as). Desde ese entonces el hombre anhelaba conocer al padre de aquel hermoso chico. Durante cuarenta años suplicó para conocer a Abraham (as).

En ese momento Abraham (as) le dijo al hombre quién era. Ellos se abrazaron y el hombre agotó felizmente su último aliento. Abraham (as) se sintió muy triste. Lo lavó, lo envolvió y lo enterró.

Allah envió a un ángel para que se llevara a Abraham de la isla en el dorso. El ángel le preguntó a Abraham (as) a dónde quería ir. "Al fin del mundo", respondió Abraham (as). Él alcanzó el fin del mundo y allí encontró un portón decorado con piedras preciosas. Le dijeron que esa era la puerta del arrepentimiento y que permanecería abierta hasta que el Sol saliera por el Oeste. En ese momento cerraría.

Luego Abraham (as) le pidió al ángel que lo llevara a donde Ismael (as). Abraham (as) y su hijo se abrazaron.

El Profeta Abraham (as) se arrepintió de haber pensado que él era muy especial porque ayunaba tres días seguidos en espera de un invitado.

Para cada nivel hay un nivel más alto. Allah no se complace con aquellos que piensan demasiado bien de sí mismos.

 

viernes, 17 de agosto de 2012

EL APEGO LLAMADO GRACIA

Un estudioso y devoto buscador de la verdad llegó a la tekkia de
Bahaudin Naqshband.
Siguiendo la costumbre, asistió a las charlas y no planteó preguntas.
Cuando Bahaudin al final le dijo: “Pregúntame algo”, este hombre
manifestó:
“Shah, antes acudía a ti y estudiaba tal y cual filosofía bajo tal y cual
aspecto. Atraído por tu reputación, viajé hasta tu tekkia.
“Al oír tus enseñanzas he quedado impresionado por lo que dices y deseo
continuar estudiando contigo.
“Pero, como estoy tan agradecido y apegado a mis anteriores estudios y
maestro, me gustaría que me explicaras su conexión con tu trabajo o que
me hicieras olvidarlos, de manera que pudiera continuar sin una mente
dividida.”
Bahaudin dijo:
“No puedo hacer ninguna de las dos cosas. Lo que sí puedo hacer, no
obstante, es informarte de que uno de los signos más seguros de la
vanidad humana es estar apegado a una persona y a un credo, e
imaginar que dicho apego proviene de una fuente superior. Si un hombre
se obsesiona con los dulces, los llamaría divinos, si alguien se lo
permitiera.
“Con esta información puedes aprender sabiduría. Sin ella, sólo puedes
aprender el apego y llamarlo gracia.”
“El hombre que necesita malumat (información), siempre supone que
necesita maarofat (sabiduría).
Si realmente es un hombre de información, verá que la próxima cosa que
necesita es sabiduría.
Si es un hombre de sabiduría, sólo entonces estará libre de la necesidad
de información.”